Es habitual que el paciente se pregunte que tiene que ver el funcionamiento de sus vísceras con su dolor de espalda y por qué su fisioterapeuta se empeña sesión tras sesión en tocarle la barriga y aplicarle fisioterapia visceral.
El razonamiento no es complicado de entender: todas nuestras vísceras están ancladas a una estructura ósea a través de ligamentos y fascias, además están unidas unas con otras a través de mesos, epiplones y ligamentos, presentando todas ellas una relación muy estrecha e importante con el músculo diafragma. Cada una de ellas, tiene un patrón bien definido en los libros de medicina de dolor referido cuando se encuentran en disfunción, incluidos músculos y articulaciones.
Las técnicas de fisioterapia visceral inciden sobre estos «ligamentos, fascias, mesos y epiplones», para disminuir la rigidez y adherencia de estos tejidos, y con ello se consigue mejorar la movilidad y vascularización de las vísceras.
La fisioterapia visceral consistente en aplicar presiónes y estiramientos en los diferentes órganos y vísceras para mejorar el funcionamiento de éstos y aliviar los dolores irradiados provocados por dichas estructuras.
Este abordaje de fisioterapia es de suma importancia, llegando incluso a marcar la diferencia entre aquellos pacientes que solucionar por completo su problema o bien consiguen una mejora temporal y luego recidivan por no corregir la alteración visceral. En estos casos, la corrección bioquímica y nutricional es indispensable.
Asimismo es fundamental, es importante realizar un buen diagnóstico diferencial entre dolor somático de origen visceral no patológico y aquellos casos en los que tengamos sospecha, ya sea por la anamnesis o por la exploración física, de patología visceral instaurada, en cuyo caso está contraindicada la aplicación de fisioterapia visceral sin la previa valoración de su médico especialista.